La sociedad requiere de bienes materiales o servicios esenciales para sostenerse en el tiempo. La producción de estos bienes constituye un proceso, un proceso del que es necesario que individuos se hagan cargo (este proceso incluye trabajo tanto físico como intelectual). Pero la sociedad (en un contexto histórico de intercambio mercantil generalizado) no tiene cómo trazar o incentivar este proceso más que a través de la valorización del bien (el objeto). Así, el bien se convierte en condensación material del proceso, la actividad humana se objetiviza en el bien (convirtiéndolo así en mercancía).
Bien es un producto del trabajo humano, sólo dentro de un sistema económico de intercambio mercantil toma la forma de mercancía. Una mercancía es un producto con valor de intercambio.
Si bien el fin último es producción del bien, sin la noción de valor los sujetos humanos que no están involucrados en el proceso de su producción no se involucrarían con el bien más allá de su consumo. Y ahí radica la utilidad de este concepto artificioso, fruto de la capacidad humana de crear realidad abstracta. El valor es la conexión entre el objeto y su proceso de producción, es la cuerda de la que quien consume puede tirar, para mover la maquina productiva. Y a partir de permitir la conexión entre el consumidor y la producción del bien, termina permitiendo la comunicación entre todas las actividades productivas humanas.
Si necesito una silla y no dispongo de los materiales o la capacidad física o intelectual para construirla, dependo por completo de otros individuos que puedan producir una silla para mi uso personal. Si bien el fin último es la silla, en términos de relaciones humanas lo que en verdad requiero es que esos individuos produzcan y de alguna manera posibiliten la llegada de la silla a mi utilización, mi preocupación pasa desde la dimensión de “necesito una silla”, a “necesito que estos individuos que posiblemente no conozco ni llegue a conocer, se coordinen para construirme una silla a mí y transportarla a mi alcance”. La solución a este problema evolucionó en la practica a ser la siguiente: dado que es terriblemente dificultoso, sino imposible, preocuparme por todo el proceso de producción y encargarme de que cada persona actúe en favor de mi necesidad en cada paso del proceso necesario, lo que hago es representar el proceso en el objeto final, en alguna cualidad que vuelvo intrínseca al objeto, que llamo valor y que corresponde a mi reconocimiento del trabajo vertido en el objeto. De igual manera, mi trabajo, en última instancia también debe ser de utilidad para la sociedad, en alguna forma debe ser “valorada” por otros individuos. Una sociedad con relaciones de producción tan complejas y refinadas como la actual, requiere que la producción de un sujeto en una esfera particular pueda ser valorada y aprovechada por otros en esferas totalmente distintas, debe poder ser convertido en un incentivo directo a otros sujetos a satisfacer mis necesidades aunque yo no me emplee en satisfacer las suyas directamente. El valor no trata por tanto de “cuánto aprecio o deseo el objeto”, sino cuánto “valoro” el trabajo plasmado en su producción, qué porcentaje de mi producción en la sociedad estoy dispuesto a intercambiar por este objeto. Ahí radica el meollo, trabajo por mercancía, mercancía que es objetivización del trabajo de un otro. El bien, una vez que se imbuye de esta esencia abstracta llamada valor, se convierte en mercancia, en el enlace entre trabajador y trabajador, entre proceso y proceso, es el hilo con el cual se teje el entramado complejísimo de la esfera productiva del mundo moderno, que no está constituido por un productor y un consumidor, sino por decenas o centenares de personas involucradas en procesos que ramifican a decenas de procesos más y que están alimentados a su vez por otras ramificaciones inmensas de actividades humanas. Y como intento imperfecto y vicioso de representación de este valor, el dinero. Y el capitalismo, doctrina de acumulación de capital, como forma abrumadoramente eficiente de activar las capacidades del valor, de incentivar a las personas a tejer las relaciones productivas, y producir, multiplicar el capital y su lógica.