“El trabajo es un proceso entre la persona y la naturaleza, un proceso en el cual la persona, a través de sus acciones, media, regula y controla el metabolismo entre sí y la naturaleza. Confronta los materiales de la naturaleza siendo una fuerza de la naturaleza. Pone en movimiento fuerzas naturales que pertenecen a su propio cuerpo, sus brazos, piernas, cabeza y manos, para apropiar los materiales de la naturaleza a una forma adapatada a sus necesidades.”
“El proceso del trabajo entendido como tal es una interacción metabólica entre el hombre y la naturaleza, la eterna condición de la existencia humana impuesta por la naturaleza, y es por tanto independiente de cada forma de existencia particular, o más bien es común a todas las formas de sociedad en las cuales el ser humano vive.” [El Capital Vol I]
“En la producción social de su vida, las personas entran en relaciones definidas que son indispensables e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a estados definidos de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real a partir de la cual se erige una superestructura legal y política, y a la cual corresponden formas definidas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso social, político e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los seres humanos la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia.” [Prefacio a Una Contribución a la Crítica de la Economía Política]
Al aseverar que la estructura económica de una sociedad es la fundación real sobre la cual se levanta una estructura legal y política y a la cual corresponden formas definidas de conciencia social, Marx no se está comprometiendo a la visión de que la economía es siempre el elemento determinante principal de todos los otros aspectos de la sociedad a lo largo de toda la historia humana…
“La Edad Media no podía vivir del catolicismo, tampoco el mundo antiguo de la política. Por el contrario, es la forma en la cual sustentaban su vida, la cual explica por qué en un caso la política, en el otro el catolicismo, jugaba la parte central” [Pie de página en El Capital Vol 1]
… en este pasaje Marx claramente expresa que la política jugó la parte principal en el mundo antiguo y el Catolicismo jugó la parte principal en la edad Media, mostrando no una visión de determinismo económico en que los otros aspectos de la sociedad siempre juegan un papel menor, sino que se compromete con la visión más débil de que lo económico provee la base real del resto de aspectos de la sociedad.
Se puede entender que la economía provee una base a los demás aspectos de la sociedad en los siguientes formas principales,
“La primera premisa de toda la existencia humana y, por tanto, de toda la historia, es que la persona debe estar en condición de vivir para ser capaz de ‘hacer historia’. Pero la vida requiere antes que cualquier cosa comer y beber, una vivenda, vestimenta… El primer acto histórico es por tanto la producción de los medios para satisfacer estas necesidades, la producción de la vida material en sí misma.” [La Ideología Alemana]
“El modo de producción no debe ser considerado simplemente como la produccción de la existencia física de los individuos. Más bien es una forma definida de actividad de estos individuos, una forma definida de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Tal como los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que son, por tanto, coincide con su producción, tanto lo que producen como la forma en la que lo producen.” [La Ideología Alemana]
“Las relaciones sociales están estrechamente relacionadas con las fuerzas productivas. Al adquirir nuevas fuerzas productivas las personas cambian su modo de producción; y al cambiar su modo de producción, al cambiar la forma en que se ganan la vida, cambian sus todas sus relaciones sociales. El molino de mano entrega una sociedad con señor feudal; el molino a vapor una sociedad con capitalista industrial.” [La miseria de la filosofía]
Las estructuras sociales que los humanos pueden potencialmente establecer están inherentemente limitadas por la tecnología y la habilidad para utilizar esta tecnología que posean los humanos, por ejemplo la forma en la que un estado moderno está organizado se hace posible debido a los computadores, internet, email, etc. En la ausencia de estas fuerzas productivas necesarias, los estados modernos tendrían que estar organizados de forma muy diferente, o podrían ni siquiera poder existir en primer lugar. Cazadores-recolectores paleolíticos por ejemplo, no podrían establecer un estado moderno con su burocracia (si es que por alguna razón quisieran), por falta de fuerzas productivas mínimas necesarias, tales como la escritura o la producción masiva de lápices y papel. La otra cara de la moneda, es que el incesante avance tecnológico en el tiempo permite y motiva nuevas formas de producción, que a su vez traen nuevos modos de producción (entendidos en el sentido de forma definida de actividad humana) y nuevas relaciones productivas, haciendo avanzar la historia humana.
“La burguesía, durante su mandato de apenas 100 años, ha creado fuerzas productivas más masivas y más colosales que todas las generaciones previas juntas. El sometimiento de las fuerzas naturales al hombre, la maquinaria, la aplicación de la química a la industria y la agricultura, la navegación a vapor, las líneas de ferrocarril, telégrafo eléctrico,la roturación de continentes enteros para el cultivo, canalización de ríos, poblaciones enteras brotadas de la tierra ¿Qué siglo pasado pudo haber pronosticado que tales fuerzas productivas dormitaban en el regazo de la producción social?” [El Manifiesto]
“Al llegar a una fase determinada de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.” [Prefacio a Una Contribución a la Crítica de la Economía Política]
Abandonemos ahora América, tierra clásica de la familia sindiásmica. Ningún indicio permite afirmar que en ella se halla desarrollado una forma de familia más desarrollada, que haya existido allí una monogamia estable en ningún tiempo antes del descubrimiento y de la conquista. Lo contrario sucedió en el viejo mundo. Aquí la domesticación de los animales y la cría de ganado habían abierto manantiales de riqueza desconocidos hasta entonces, creando relaciones sociales enteramente nuevas. Hasta el estadio inferior de la barbarie, la riqueza duradera se limitaba poco más o menos a la habitación, los vestidos, adornos primitivos y los enseres necesarios para obtener y preparar los alimentos […]. El alimento debía ser conseguido cada día nuevamente. Ahora, con sus manadas de caballos, camellos, asnos, bueyes, carneros, cabras y cerdos, los pueblos pastores, que iban ganando terreno (los arios en el País de los Cinco Ríos y en el valle del Ganges, así como en las estepas del Oxus y el Jaxartes, a la sazón mucho más espléndidamente irrigadas, y los semitas en el Eufrates y el Tigris), habían adquirido riquezas que sólo necesitaban vigilancia y los cuidados más primitivos para reproducirse en una proporción cada vez mayor y suministrar abundantísima alimentación en carne y leche. Desde entonces fueron relegados a segundo plano todos los medios con anterioridad empleados; la caza que en otros tiempos era una necesidad, se trocó en un lujo.
Pero ¿a quién pertenecía aquella nueva riqueza? No cabe duda alguna de que, en su origen a la gens(grandes grupos familiares). Pero muy pronto debió de desarrollarse la propiedad privada de los rebaños.
[…]También es indudable que en los umbrales de la historia auténtica encontramos ya en todas partes los rebaños como propiedad particular de los jefes de familia, con el mismo título que los productos del arte de la barbarie, los enseres de metal, los objetos de lujo y, finalmente, el ganado humano, los esclavos. La esclavitud había sido ya inventada. El esclavo no tenía valor ninguno para los bárbaros del estadio inferior. Por eso los indios americanos obraban con sus enemigos vencidos de una manera muy diferente de como se hizo en el estadio superior. Los hombres eran muertos o los adoptaba como hermanos la tribu vencedora; las mujeres eran tomadas como esposas o adoptadas, con sus hijos supervivientes, de cualquier otra forma. En este estadio, la fuerza de trabajo del hombre no produce aún excedente apreciable sobre sus gastos de mantenimiento. Pero al introducirse la cría de ganado, la elaboración de los metales, el arte del tejido, y, por último, la agricultura, las cosas tomaron otro aspecto. Sobre todo desde que los rebaños pasaron definitivamente a ser propiedad de la familia, con la fuerza de trabajo pasó lo mismo que había pasado con las mujeres, tan fáciles antes de adquirir y que ahora tenían ya su valor de cambio y se compraban. La familia no se multiplicaba con tanta rapidez como el ganado. Ahora se necesitaban más personas para la custodia de éste; podía utilizarse para ello el prisionero de guerra, que además podía multiplicarse, lo mismo que el ganado.
Convertidas todas estas riquezas en propiedad particular de las familias, y aumentadas después rápidamente, asestaron un duro golpe a la sociedad fundada en el matrimonio sindiásmico y en la gens basada en el matriarcado. El matrimonio sindiásmico había introducido en la familia un elemento nuevo. Junto a la verdadera madre había puesto el verdadero padre[…]. Con arreglo a la división del trabajo en la familia de entonces, correspondía al hombre procurar la alimentación y los instrumentos de trabajo necesarios para ello; consiguientemente, era, por derecho, el propietario de dichos instrumentos y en caso de separación se los llevaba consigo, de igual manera que la mujer conservaba sus enseres domésticos. Por tanto, según las costumbres de aquella sociedad, el hombre era igualmente propietario del nuevo manantial de alimentación, el ganado, y más adelante, del nuevo instrumento de trabajo, el esclavo. Pero según la usanza de aquella misma sociedad, sus hijos no podían heredar de él, porque, en cuanto a este punto, las cosas eran como sigue. Con arreglo al derecho materno, es decir, mientras la descendencia sólo se contaba por línea femenina, y según la primitiva ley de herencia imperante en la gens, los miembros de ésta heredaban al principio de su pariente gentil fenecido. Sus bienes debían quedar, pues, en la gens. Por efecto de su poca importancia, estos bienes pasaban en la práctica, desde los tiempos más remotos, a los parientes más próximos, es decir, a los consanguíneos por línea materna. Pero los hijos del difunto no pertenecían a su gens, sino a la de la madre; al principio heredaban de la madre, con los demás consanguíneos de ésta; luego, probablemente fueran sus primeros herederos, pero no podían serlo de su padre, porque no pertenecían a su gens, en la cual debían quedar sus bienes. Así, a la muerte del propietario de rebaños, éstos pasaban en primer término a sus hermanos y hermanas y a los hijos de estos últimos o a los descendientes de las hermanas de su madre; en cuanto a sus propios hijos, se veían desheredados. Así, pues, las riquezas, a medida que iban en aumento, daban, por una parte, al hombre una posición más importante que a la mujer en la familia y, por otra parte, hacían que naciera en él la idea de valerse de esta ventaja para modificar en provecho de sus hijos el orden de herencia establecido. Pero esto no podía hacerse mientras permaneciera vigente la filiación según el derecho materno. Éste tenía que ser abolido, y lo fue. Ello no resultó tan difícil como hoy nos parece. Aquella revolución —una de las más profundas que la humanidad ha conocido— no tuvo necesidad de tocar ni a uno solo de los miembros vivos de la gens[…]. Así quedaron abolidos al filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno. […]
El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida. El primer efecto del poder exclusivo de los hombres, desde el punto y hora en que se fundó, lo observamos en la forma intermedia de la familia patriarcal, que surgió en aquel momento. Lo que caracteriza, sobre todo, a esta familia no es la poligamia, de la cual hablaremos luego, sino la «organización de cierto número de individuos, libres y no libres, en una familia sometida al poder paterno del jefe de ésta. En la forma semítica, ese jefe de familia vive en plena poligamia, los esclavos tienen una mujer e hijos, y el objetivo de la organización entera es cuidar del ganado en un área determinada» Los rasgos esenciales son la incorporación de los esclavos y la potestad paterna; por eso, la familia romana es el tipo perfecto de esta forma de familia. En su origen, la palabra familia […] entre los romanos, ni siquiera se aplica a la pareja conyugal y a sus hijos, sino tan sólo a los esclavos. Famulus quiere decir esclavo doméstico, y familia es el conjunto de los esclavos pertenecientes a un mismo hombre. […] Esta expresión la inventaron los romanos para designar un nuevo organismo social, cuyo jefe tenía bajo su poder a la mujer, a los hijos y a cierto número de esclavos, con la patria potestad romana y el derecho de vida y muerte sobre todos ellos. «La palabra no es, pues, más antigua que el férreo sistema de familia de las tribus latinas, que nació al introducirse la agricultura y la esclavitud legal y después de la escisión entre los itálicos arios y los griegos». Y añade Marx: «La familia moderna contiene en germen, no sólo la esclavitud (servitus), sino también la servidumbre, y desde el comienzo mismo guarda relación con las cargas en la agricultura. Encierra, in miniature, todos los antagonismos que se desarrollan más adelante en la sociedad y en su Estado».
Esta forma de familia señala el tránsito del matrimonio sindiásmico a la monogamia. Para asegurar la fidelidad de la mujer y, por consiguiente, la paternidad de los hijos, aquélla es entregada sin reservas al poder del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho.
La familia monogámica nace de la familia sindiásmica, según hemos indicado, en el período de la transición entre el estadio medio y el estadio superior de la barbarie; su triunfo definitivo es uno de los síntomas de la civilización naciente. Se funda en el predominio del hombre; su fin expreso es el de procrear hijos cuya paternidad sea indiscutible; y esta paternidad indiscutible se exige porque los hijos, en calidad de herederos directos, han de entrar un día en posesión de los bienes de su padre. La familia monogámica se diferencia del matrimonio sindiásmico por una solidez mucho más grande de los lazos conyugales, que ya no pueden ser disueltos por deseo de cualquiera de las partes. Ahora, sólo el hombre, como regla, puede romper estos lazos y repudiar a su mujer. También se le otorga el derecho de infidelidad conyugal, sancionado, al menos, por la costumbre , y este derecho se ejerce cada vez más ampliamente, a medida que progresa la evolución social. Si la mujer se acuerda de las antiguas prácticas sexuales y quiere renovarlas, es castigada más rigurosamente que en ninguna época anterior.
Por tanto, la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la prehistoria. En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y por mí, encuentro esta frase: «La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos». Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con las riquezas privadas, aquella época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo y el bienestar y el desarrollo de unos verifícanse a expensas del dolor y de la represión de otros. La monogamia es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad. [El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado]
Volvamos por un momento a nuestros iroqueses. […] Siendo siempre el mismo su modo de producir las cosas necesarias para la existencia, nunca podían crearse tales conflictos, al parecer impuestos desde fuera, ni engendrarse ningún antagonismo entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados. Los iroqueses distaban mucho de domeñar aún la naturaleza, pero dentro de los límites que ésta les fijaba, eran los dueños de su propia producción. Si dejamos aparte los casos de malas cosechas en sus huertecillos, de escasez de pesca en sus lagos y ríos y de caza en sus bosques, sabían cuál podía ser el fruto de su modo de proporcionarse los medios de existencia. Sabían que — unas veces en abundancia, y otras no— obtendrían medios de subsistencia; pero entonces eran imposibles revoluciones sociales imprevistas, la ruptura de los vínculos de la gens, la escisión de las gens y de las tribus en clases opuestas que se combatieran recíprocamente. La producción se movía dentro de los más estrechos límites[…]. Entre los griegos las cosas eran muy distintas. La aparición de la propiedad privada sobre los rebaños y los objetos de lujo, condujo al intercambio entre los individuos, a la transformación de los productos en mercancías. Y éste fue el germen de la revolución subsiguiente. En cuanto los productores dejaron de consumir directamente ellos mismos sus productos, deshaciéndose de ellos por medio del cambio, dejaron de ser dueños de los mismos. Ignoraban ya qué iba a ser de ellos (de los productos de su trabajo), y surgió la posibilidad de que el producto llegara a emplearse contra el productor para explotarlo y oprimirlo. Por eso, ninguna sociedad puede ser dueña de su propia producción de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producción si no pone fin al cambio entre individuos. Pero los atenienses debían aprender pronto con qué rapidez domina el producto al productor en cuanto nace el cambio entre individuos y los productos se transforman en mercancías. Con la producción de mercancías apareció el cultivo individual de la tierra y, en seguida, la propiedad individual del suelo. Más tarde vino el dinero, la mercancía universal por la que podían cambiarse todas las demás; pero, cuando los hombres inventaron el dinero, no sospechaban que habían creado un poder social nuevo, el poder universal único ante el que iba a inclinarse la sociedad entera. Y este nuevo poder, surgido súbitamente, sin saberlo sus propios creadores y a pesar de ellos, hizo sentir a los atenienses su dominio con toda la brutalidad de su juventud. [El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado]
“La esencia del capitalismo es la apropiación por parte de individuos del producto de la producción social organizada como economía de marcancias…” [Quiénes son los amigos del Pueblo]
“Sabemos que el Estado imperante no es la “sociedad” representando a la “clase obrera en ascenso”. Es el representante de la sociedad capitalista. Es un Estado de clase. Por lo tanto, sus reformas no son la aplicación del “control social”, es decir, el control de la sociedad que decide libremente su propio proceso productivo. Son formas de control aplicadas por la organización clasista (controlada por una clase) del capital a la producción de capital. Las llamadas reformas sociales son promulgadas en beneficio del capital.” [Reforma o Revolución]
¿Pero es que el desarrollo de la democracia hace superflua o imposibilita la revolución proletaria, es decir, la conquista del poder político por los trabajadores? Bernstein soluciona el problema sopesando minuciosamente los aspectos buenos y malos de la reforma y la revolución social. […] Ve en el curso legislativo del proceso histórico el accionar de la “inteligencia”, mientras que para él el curso revolucionario del proceso histórico revela la acción del “sentimiento”. Ve en la actividad reformista un método lento para el avance histórico, y en la actividad revolucionaria un método rápido. En la legislación ve una fuerza metódica; en la revolución, una fuerza espontánea. […]Históricamente, la reforma legislativa y el método revolucionario se rigen por influencias mucho más poderosas que las ventajas o inconvenientes de uno y otro. En la historia de la sociedad burguesa la reforma legislativa sirvió para fortalecer progresivamente a la clase en ascenso hasta que ésta concentró el poder suficiente como para adueñarse del poder político, suprimir el sistema jurídico imperante y construir uno nuevo, a su medida. Desde la primera aparición de las sociedades de clases con la lucha de clases como contenido esencial de su historia, la conquista del poder político ha sido siempre el objetivo de las clases en ascenso. Este es el punto de partida y el final de todo periodo histórico. Esto puede observarse en la prolongada lucha del campesinado latino contra los financistas y nobles de la antigua Roma, en la lucha de la nobleza medieval contra los obispos y en la lucha de los artesanos contra los nobles en las ciudades de la Edad Media. En los tiempos modernos lo vemos en la lucha de la burguesía contra la nobleza feudal. La reforma legislativa y la revolución no son métodos diferentes de desarrollo histórico que puedan elegirse a voluntad del escaparate de la historia, así como uno opta por salchichas frías o calientes. La reforma legislativa y la revolución son diferentes factores del desarrollo de la sociedad de clases. Se condicionan y complementan mutuamente y a la vez se excluyen recíprocamente, como los polos Norte y Sur, como la burguesía y el proletariado. Cada constitución legal es producto de una revolución. En la historia de las clases, la revolución es un acto de creación política, mientras que la legislación es la expresión política de la vida de una sociedad que ya existe. La reforma no posee una fuerza propia, independiente de la revolución. En cada periodo histórico la obra reformista se realiza únicamente en la dirección que le imprime el ímpetu de la última revolución, y prosigue mientras el impulso de la última revolución se haga sentir. Más concretamente, la obra reformista de cada periodo histórico se realiza únicamente en el marco de la forma social creada por la revolución. He aquí el meollo del problema. Va en contra del proceso histórico presentar la obra reformista como una revolución prolongada a largo plazo y la revolución como una serie condensada de reformas. La transformación social y la reforma legislativa no difieren por su duración sino por su contenido. El secreto del cambio histórico mediante la utilización del poder político reside precisamente en la transformación de la simple modificación cuantitativa en una nueva cualidad o, más concretamente, en el pasaje de un periodo histórico de una forma dada de sociedad a otra. Es por ello que quienes se pronuncian a favor del método de la reforma legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social en oposición a éstas, en realidad no optan por una vía más tranquila, calma y lenta hacia el mismo objetivo, sino por un objetivo diferente. En lugar de tomar partido por la instauración de una nueva sociedad, lo hacen por la modificación superficial de la vieja sociedad. Siguiendo las concepciones políticas del revisionismo, llegamos a la misma conclusión que cuando seguimos las concepciones económicas del revisionismo. Nuestro programa no es ya la realización del socialismo sino la reforma del capitalismo; no es la supresión del trabajo asalariado, sino la reducción de la explotación, es decir, la supresión de los abusos del capitalismo en lugar de la supresión del propio capitalismo. ¿Acaso la relación recíproca de la reforma legislativa y la revolución se aplican únicamente a las luchas de clases del pasado? ¿Es posible que ahora, como resultado del perfeccionamiento del sistema jurídico burgués, la función de trasladar a la sociedad de una fase histórica a otra corresponda a la reforma legislativa, y que la conquista del poder estatal por el proletariado se haya convertido, al decir de Bernstein, en “una frase hueca”? Todo lo contrario. ¿Qué es lo que distingue a la sociedad burguesa de las demás sociedades de clase, de la sociedad antigua y del orden social imperante en la Edad Media? Precisamente el hecho de que la dominación de clase no se basa en “derechos adquiridos” sino en relaciones económicas reales: el hecho de que el trabajo asalariado no es una relación jurídica, sino exclusivamente económica. En nuestro sistema jurídico no existe una sola fórmula legal para la actual dominación de clases. Los pocos restos de semejantes fórmulas de dominación de clase (por ejemplo, la de los sirvientes) son vestigios de la sociedad feudal. ¿Cómo se puede suprimir la esclavitud asalariada “legislativamente”, si la esclavitud asalariada no está expresada en las leyes? [Reforma o Revolución]
Por cierto, nuestros jurisconsultos estiman que el progreso de la legislación va quitando cada vez más a las mujeres todo motivo de queja. Los sistemas legislativos de los países civilizados modernos van reconociendo más y más, en primer lugar, que el matrimonio, para tener validez, debe ser un contrato libremente consentido por ambas partes, y en segundo lugar, que durante el período de convivencia matrimonial ambas partes deben tener los mismos derechos y los mismos deberes. Si estas dos condiciones se aplicaran con un espíritu de consecuencia, las mujeres gozarían de todo lo que pudieran apetecer.
Esta argumentación típicamente jurídica es exactamente la misma de que se valen los republicanos radicales burgueses para disipar los recelos de los proletarios. El contrato de trabajo se supone contrato consentido libremente por ambas partes. Pero se considera libremente consentido desde el momento en que la ley estatuye en el papel la igualdad de ambas partes. La fuerza que la diferente situación de clase da a una de las partes, la presión que esta fuerza ejerce sobre la otra, la situación económica real de ambas; todo esto no le importa a la ley. Y mientras dura el contrato de trabajo, se sigue suponiendo que las dos partes disfrutan de iguales derechos, en tanto que una u otra no renuncien a ellos expresamente. Y si su situación económica concreta obliga al obrero a renunciar hasta a la última apariencia de igualdad de derechos, la ley de nuevo no tiene nada que ver con ello.
Respecto al matrimonio, hasta la ley más progresiva se da enteramente por satisfecha desde el punto y hora en que los interesados han hecho inscribir formalmente en el acta su libre consentimiento. En cuanto a lo que pasa fuera de las bambalinas jurídicas, en la vida real, y a cómo se expresa ese consentimiento, no es ello cosa que pueda inquietar a la ley ni al legista. Y sin embargo, la más sencilla comparación del derecho de los distintos países debiera mostrar al jurisconsulto lo que representa ese libre consentimiento. En los países donde la ley asegura a los hijos la herencia de una parte de la fortuna paterna, y donde, por consiguiente, no pueden ser desheredados —en Alemania, en los países que siguen el Derecho francés, etc.—, los hijos necesitan el consentimiento de los padres para contraer matrimonio. En los países donde se practica el derecho inglés, donde el consentimiento paterno no es la condición legal del matrimonio, los padres gozan también de absoluta libertad de testar, y pueden desheredar a su antojo a los hijos. Claro es que, a pesar de ello, y aun por ello mismo, entre las clases que tienen algo que heredar, la libertad para contraer matrimonio no es, de hecho, ni un ápice mayor en Inglaterra y en América que en Francia y en Alemania.
No es mejor el estado de cosas en cuanto a igualdad jurídica del hombre y de la mujer en el matrimonio. Su desigualdad legal, que hemos heredado de condiciones sociales anteriores, no es causa, sino efecto, de la opresión económica de la mujer. En el antiguo hogar comunista, que comprendía numerosas parejas conyugales con sus hijos, la dirección del hogar, confiada a las mujeres, era también una industria socialmente tan necesaria como el cuidado de proporcionar los víveres, cuidado que se confió a los hombres. Las cosas cambiaron con la familia patriarcal y aún más con la familia individual monogámica. El gobierno del hogar perdió su carácter social. La sociedad ya no tuvo nada que ver con ello. El gobierno del hogar se transformó en servicio privado; la mujer se convirtió en la criada principal, sin tomar ya parte en la producción social. Sólo la gran industria de nuestros días le ha abierto de nuevo —aunque sólo a la proletaria— el camino de la producción social. Pero esto se ha hecho de tal suerte, que si la mujer cumple con sus deberes en el servicio privado de la familia, queda excluida del trabajo social y no puede ganar nada; y si quiere tomar parte en la gran industria social y ganar por su cuenta, le es imposible cumplir con los deberes de la familia. Lo mismo que en la fábrica, le acontece a la mujer en todas las ramas del trabajo, incluidas la medicina y la abogacía. La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica franca o más o menos disimulada de la mujer, y la sociedad moderna es una masa cuyas moléculas son las familias individuales. Hoy, en la mayoría de los casos, el hombre tiene que ganar los medios de vida, que alimentar a la familia, por lo menos en las clases poseedoras; y esto le da una posición preponderante que no necesita ser privilegiada de un modo especial por la ley. El hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletario. Pero en el mundo industrial el carácter específico de la opresión económica que pesa sobre el proletariado no se manifiesta en todo su rigor sino una vez suprimidos todos los privilegios legales de la clase de los capitalistas y jurídicamente establecida la plena igualdad de las dos clases. La república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; por el contrario, no hace más que suministrar el terreno en que se lleva a su término la lucha por resolver este antagonismo. Y, de igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer una igualdad social efectiva de ambos, no se manifestarán con toda nitidez sino cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la manumisión de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad. [El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado]
“Un valor de uso, o artículo útil, por tanto, tiene valor sólo porque trabajo humano en abstracto ha tomado cuerpo o sido materializado en él. ¿Cómo, entonces, debe ser medida la magnitud de su valor? Llanamente por la cantidad de la ‘sustancia creadora de valor’, contenida en el artículo: el trabajo. La cantidad de trabajo, sin embargo, es medida por su duración, y el tiempo de trabajo a su vez encuentra su estándar en semanas, días y horas. Se puede pensar que si el valor de una mercancía es determinado por la cantidad de trabajo gastada en ella, cuanto más ocioso e incualificado el trabajador, más valiosa resulta la mercancía, pues más tiempo es requerido en su producción. El trabajo que forma la sustancia del valor, sin embargo, es trabajo humano homogéneo, gasto de un poder de trabajo uniforme. El poder de trabajo total de la sociedad, que toma cuerpo en la suma total de los valores de todas las mercancías producidas por esta sociedad, cuenta como una masa homogénea de poder de trabajo humano, como compuesta de innumerables unidades individuales. Cada una de estas unidades es idéntica a cualquier otra, mientras tenga el caracter de poder de trabajo promedio de la sociedad, y tome efecto como tal; es decir, mientras la producción de una mercancía no tome más tiempo que el necesario en promedio, no más del que es socialmente necesario. El tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel requerido para producir un artículo bajo condiciones normales de producción, y con el nivel de habilidad e intensidad predominantes en la época y contexto. La introducción de telares mecánicos a Inglaterra probablemente redujo a la mitad el trabajo requerido para tejer cierta cantidad de hilo. Los tejedores a telar manual, en efecto, continuaron requiriendo el mismo tiempo que antes; pero, con todo, el producto de una hora de su trabajo pasó a representar sólo media hora de trabajo socialmente necesario, y por tanto se redujo a la mitad de su valor previo. Vemos entoces que aquello que determina la magnitud del valor de cualquier artículo es la cantidad de trabajo socialmente necesario, o el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Cada mercancía individual, en esta conexión, se debe considerar como una muestra promedio de su clase. Las mercancías en las cuales se materializan cantidades iguales de trabajo, o que pueden ser producidas en igual tiempo, tienen por tanto igual valor. El valor de una mercancía es para el valor de cualquier otra, como el tiempo de trabajo necesario para la producción de una es necesario para la producción de otra. ‘Como valores, todas las mercancías sólo son masas determinadas de tiempo de trabajo congelado.’” [El Capital Vol I]
“Every child knows a nation which ceased to work, I will not say for a year, but even for a few weeks, would perish. Every child knows, too, that the masses of products corresponding to the different needs required different and quantitatively determined masses of the total labor of society. That this necessity of the distribution of social labor in definite proportions cannot possibly be done away with by a particular form of social production but can only change the mode of its appearance, is self-evident. No natural laws can be done away with. What can change in historically different circumstances is only the form in which these laws assert themselves. And the form in which this proportional distribution of labor asserts itself, in the state of society where the interconnection of social labor is manifested in the private exchange of the individual products of labor, is precisely the exchange value of these products.” (Marx and Engels 1949, p. 418.)